Las recientes movilizaciones del pueblo panameño reviven una larga tradición de resistencia a la dominación colonial. La historia del Canal de Panamá es la representación más acabada de la injerencia imperialista en la región, atravesada por las tensiones entre las clases locales y extranjeras. Un breve recorrido por los tratados firmados, la lucha del pueblo y los debates políticos nos permite comprender mejor la actualidad, frente a una de las causas populares más sentidas en Latinoamérica.
Hegemonía a garrotazos
El siglo XIX latinoamericano se caracterizó tanto por el fin del dominio colonial español y portugués como por las disputas entre las distintas potencias capitalistas (Reino Unido, Estados Unidos y Francia) por la hegemonía en la región. Hacia la segunda mitad del siglo comenzó a emerger el imperialismo como un modelo novedoso de dominación que rápidamente encontró sus límites para delimitar el control de los territorios. En la Conferencia de Berlín (1884-1885) catorce países se repartieron el dominio de África, marcando el inicio de nuevo orden dominado por imperialismos coloniales que posteriormente estallaría en la Primera Guerra Mundial (1914). Sin embargo, lo que suele tratar de mostrarse como un conflicto entre naciones en realidad supuso un conflicto entre clases dominantes y dependientes.
En Centroamérica, Estados Unidos terminó de desplazar a la colonia española con su derrota en la guerra de 1898 y la firma del Tratado de París en el mismo año. El “destino manifiesto” yanqui avanzó en la región intercalando la diplomacia con la intervención militar. Con la realización de la Segunda Conferencia Panamericana (1901-1902) en México, EE. UU. puso su enfoque en la dominación de Centroamérica. Pero aún más determinante para las aspiraciones yanquis fue el uso de la fuerza militar enmarcada en la estrategia que el presidente Roosvelt llamó “política del garrote” (big stick).
La enmienda Platt (1901) aprobada por el senado estadounidense reservó a la propia potencia norteamericana el derecho a intervenir militarmente primero en Cuba y luego, a través del Corolario Roosvelt (1906), en toda Centroamérica para impedir la intromisión de otros países imperialistas pero también para ejercer un rígido control sobre los pueblos rebeldes.
El resultado fue la semicolonización de la región bajo una economía de enclave y de primarización de la producción. Aunque el principal beneficiario del modelo fue el imperialismo yanqui, las clases dominantes locales (burguesía nacional y terratenientes) también sacaron su tajada, siendo los administradores de los países dependientes.
Del Tratado Hay-Banau-Varilla (1903) a Torrijos-Carter (1977)
La construcción del Canal de Panamá fue un capitulo esencial en el proceso de expansión del capitalismo y la consolidación de la “policía internacional” estadounidense en Latinoamérica durante la primera mitad del siglo XX. Previo al acuerdo con EE. UU., una compañía francesa era la propietaria del proyecto, aunque la fortaleza político-militar y económica de Estados Unidos le permitió arrebatarle los derechos. El siguiente paso fue la independización panameña de Colombia, donde la injerencia norteamericana en el proceso fue reconocida en 1922 con la indemnización a Colombia.
El imperialismo británico también quedó desplazado tras la firma del Tratado Hay-Pauncefote (1901), por el cual cedió a Estados Unidos el permiso para la construcción y futuro control del canal en Centroamérica. Años después, con el Tratado Hay-Bunau-Varilla (1903) Panamá terminó de ceder los derechos para la construcción del canal y, a perpetuidad, el uso, la ocupación, el control, el mantenimiento, el funcionamiento, el saneamiento y su protección. De este modo, se constituyó un enclave militar y comercial bajo jurisdicción norteamericana, abarcando unas 94.000 hectáreas.
Desde aquel momento, la historia panameña estuvo marcada por la injerencia militar estadounidense, amparado por el artículo 136 de la constitución del nuevo país que autorizaba la intervención de EE. UU. en cualquier punto del territorio nacional. Desde 1912 hasta 1925 se sucedieron tres invasiones y algunas amenazas más desde la Casa Blanca, tanto para mantener un “orden” institucional favorable a sus intereses como para reprimir las protestas populares.
Con la posguerra, la lucha de clases impuso la discusión sobre la soberanía nacional, bandera que incluso fue tomada por sectores de las burguesías latinoamericanas nativas en sus respectivos países. Al mismo tiempo, la revolución cubana fue la confirmación de la posibilidad de ganarle al imperialismo yanqui en su “patio trasero” y que la vía socialista era la única que podía garantizar verdaderamente la independencia definitiva de la región. Poco tiempo después, la derrota del imperio en Vietnam terminó de confirmar el fin de la época de Estados Unidos como potencia capitalista invencible.
Como parte de este ciclo de ascenso en la movilización, la llegada al poder del general Omar Torrijos en 1968 llevo por primera vez en la historia de Panamá, a que un presidente denuncie al tratado que adjudicaba a perpetuidad el canal y su territorio al imperialismo yanqui. Además, consiguió el apoyo de las masas gracias al impulso de una serie de medidas progresivas como la promulgación del Código de Trabajo, aumento de la escolarización de la población, reparto de tierras entre los campesinos y el desarrollo de un sistema de seguridad social y vivienda.
Sin embargo, el cuestionamiento de Torrijos a la dependencia estructural de Panamá fue limitado. Su compromiso con los capitales estadounidenses llevó a que finalmente su gobierno tome un carácter reaccionario revirtiendo las concesiones previamente otorgadas. Quitó el derecho a huelga y los contratos colectivos; permitió aumentos en los productos de primera necesidad; reprimió las protestas contra los aumentos. Al mismo tiempo, los capitales extranjeros se multiplicaron en el país, dejando en evidencia las contradicciones típicas de los nacionalismos burgueses y su compromiso permanente con EE. UU.
El antiimperialismo tímido de Torrijos resultó en los Tratados Torrijos-Carter (1977) por el cual se acordó ceder el control del canal gradualmente a Panamá finalizando con la entrega total en el año 1999, pero no se atendió al reclamo histórico por la soberanía total y la supresión de la presencia militar yanqui en el territorio. Por otra parte, con el Pacto de Neutralidad se habilitó a que Estados Unidos pueda “intervenir en Panamá después del año 2.000 para garantizar la neutralidad del canal” (palabras del presidente Carter). Pero no hizo falta que pase tanto tiempo para una nueva invasión…
Tras la muerte de Torrijos en 1981, el general Manuel A. Noriega llegó a la presidencia con apoyo del Pentágono. Aun así, la alianza se rompió y en consecuencia EE. UU. invadió otra vez a Panamá el 20 de diciembre de 1989. Allí, el ejército yanqui implementó métodos y armamento que luego serían utilizados en las guerras del Golfo. De este modo, se impuso desde el norte un régimen autoritario y neoliberal que significó décadas de miseria para el pueblo.
La resistencia en Centroamérica: revoluciones, nacionalismo burgués y burocracias
Sin dudas, la pelea de Panamá por la soberanía cuenta con logros históricos, pero lamentablemente fueron parciales. Si bien el control administrativo del Canal por parte de las autoridades locales finalmente fue conquistado, el poder económico de la región continuó en manos extranjeras. Todo lo que se pudo avanzar fue debido a la pelea irrenunciable del pueblo por el control total de su economía y territorio, favorecidos por los momentos de debilitamiento del imperialismo.
El límite fue puesto por las direcciones nacionalistas burguesas que, en un primer momento, se apoyaron en los reclamos populares para llegar al poder para luego apostar a la desmovilización con el objetivo de pactar con el imperialismo a espaldas de la clase trabajadora. Los nacionalismos burgueses nunca abandonaron sus compromisos semicoloniales, apostando al reformismo en vez de la confrontación directa con el poder extranjero, sentenciando a los países latinos a una independencia muy relativa donde la última palabra fue reservada para EE. UU.
En todos los casos, las masas fueron progresivamente cuestionando a los gobiernos nacionalista hasta enfrentarlos. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, la fuerza no logró canalizarse hacia una ruptura definitiva con el imperialismo debido a la ausencia de una dirección revolucionaria coherente. En su lugar, la burocracia de los PC hizo de chaleco de fuerzas para impedir la extensión de las experiencias más combativas en Centroamérica.
Los casos de Cuba primero y luego Nicaragua demostraron que la complicidad del estalinismo era un obstáculo para el desarrollo de un proceso integral de movilización y expropiación de los medios de producción. No casualmente, el último episodio trágico de invasión yanqui sobre Panamá ocurrió diez años después de la revolución nicaragüense, donde el sandinismo y Castro abortaron la posibilidad de hacer “una nueva Cuba”, lo que hubiera inyectado las energías suficientes para repeler toda agresión imperialista sobre la región.
Fuera los imperialismos de Panamá y Centroamérica
La perpetuación de la dominación imperialista tomó un carácter neoliberal hacia finales del siglo anterior. En la actualidad, como consecuencia los pueblos de Panamá y toda Centroamérica sufren el acorralamiento entre la miseria de quienes se quedan en su tierra y el destrato de quienes migran.
Aunque el debilitamiento del orden neoliberal a principios de siglo permitió nuevamente cuestionar la estructural dependencia de Latinoamérica, los progresismos prefirieron pivotear entre la hipocresía y el desplazamiento de un viejo imperialismo por uno nuevo. El avance de las relaciones comerciales con China tristemente replica episodios del pasado. La empresa de Hong Kong Hutchison Port Holdings controla los puertos de Balboa y Cristóbal, mientras que el 22% del tráfico por el canal corresponde a China, sólo superado por el 72,5% correspondiente a EE. UU.
En estos días, se abrió una nueva oportunidad para retomar el histórico reclamo por la independencia definitiva, nunca abandonado por los panameños y compartido por el conjunto de Latinoamérica. La actual coyuntura de desorden mundial e inestabilidad del imperialismo estadounidense nuevamente habilita la posibilidad de que las voces de los pueblos se levanten y logren nuevas conquistas, es decir, no sólo resistencia sino también triunfos concretos.
La pelea por la soberanía real sobre el canal es parte significativa de la lucha en curso. La única garantía para que esto realmente suceda es abandonando la confianza en la gestión de cualquier funcionario estatal capitalista, dando paso al control y defensa total del canal por parte de la clase trabajadora panameña. Una conquista de estas proporciones pondría en manos del pueblo un recurso clave para revertir la base semicolonial del país y toda Latinoamérica. La falsa disyuntiva campista que limita el debate a la venta de nuestros bienes comunes y territorios al mejor postor no ofrece una real solución a la dependencia estructural. Por eso, hay que romper con toda ilusión en los partidos burgueses y de la izquierda burocrática para dar paso a la organización en una alternativa revolucionaria e internacionalista que unifique la pelea anti-imperialista y levante la bandera del socialismo.
Por Manuel Velasco